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Diezveintiocho

Cero y van cuatro (al menos)

 

Después de tanto, por fin, nuestro expresidente ha reaparecido; y lo ha hecho como en los viejos tiempos. Por supuesto que de esto se escribirá mucho en los siguientes días y, por supuesto que no tendrá un lugar en nuestro corazón, junto a aquellas tres frases celebérrimas, "He leído todas las novelas de Octavio Paz", "José Luis Borgues" y "Admiro mucho al cineasta ruso Einstein". Bien por nuestro querido Vicente Fox.

 

Discurriendo. Primera parte (De la independencia)

Por: Alejandro León Meléndez 

A propósito de las nuevas creaciones, sobretodo en el ámbito de las letras, nos encontramos en esta época de globalifilia y globalifobia con un fenómeno muy interesante: el de la fácil, econímica y sencilla publicación. Entendamos por publicar el hacer llegar los trabajos creativos al respetable (aunque cuando yo me cuento entre el público, soy bastante irrespetable e irrespetuoso).

Una de las formas más sencillas es justamente la de leer en voz alta, frente a los cuates, los compañeros y los compas, los más recientes cuentos y poemas. Leer así, desde el ronco pecho, es en verdad una forma de publicar que no debemos desdeñar, pues ocurre desde el principio de las civilizaciones, de donde nos llegan también la famosa declamación y la oratoria. Ambos géneros creativos que han quedado resagados por el secuestro que han hecho de ellos personas sin el menor interés en la creación por sí, sino en el protagonismo localista. Aquel en el cual nos aplauden las personas que siempre hemos conocido.

Para ser escritor publicado, pues, basta con ser miembro de algún taller literario, de alguna escuela o tener nexos con los espacios culturales de nuestra ciudad. Y pareciera no ser tan malo, pues, la verdadera razón de estos centros culturales es, como bien lo menciona mi amigo David Coronado en su columna anterior: "Pa' qué", la de ofrecer espacios a quienes 1) inician su acercamiento con las artes o 2) sabemos que por su forma de vida nunca crecerán como creadores, pero que tienen el indiscutible derecho de comunicarse, de crear y de tener un contacto con sus respectivas comunidades.

Desde este punto de vista, pues, leer en un evento cultural organizado por una casa de cultura (la de Chapultepec, pongamos un ejemplo) es un asunto positivo. Y la única dificultad es justamente el primer acercamiento con el centro cultural más cercano. Estoy de acuerdo. Sin embargo, debemos entrever sus asuntos negativos, pues también los tienen.

Pero antes de llegar a esta parte, debemos ofrecer la otra gama de las poisibilidades de publicación que tenemos los escritores en la actualidad. Los periódicos locales ofrecen, a diestra y siniestra, el espacio de publicación para cualquiera dispuesto a entregar su obra sin pasar por un consejo editorial y regalarlo sin recibir un céntimo a cambio. Apenas lo que obtenemos de vuelta es el orgullo de aparecer en una publicación dominical (el nombre se ve bien chido). Al mismo tiempo, muchas revistas que dicen tener un consejo editorial publican todo lo que les llega a las manos, y casi siempre es debido a que no se tiene la cantidad de texto necesaria para llenar las páginas de la siguiente edición. En mabos casos: los periódicos y las revistas, podemos argumentar exactamente lo mismo: todo el mundo tiene el derecho de abrir la boca y decir lo que quiera. Es cierto. Y no es todo: todos tenemos el derecho apromocionarnos como creadores de las letras.

Otro espacio para hacer público un o varios textos es el de la internet. Acaso el más difícil de acceder sobretodo por escriotres de mayor edad, no por lo caro de la red, que sabemos se abarata día con dia, sino por el mito aquel de las dificultades. Del yo le tengo miedo a las computadoras. Enviar  textos a los cientos de páginas dedicadas a los escritores novatos, casi todas gratuitas es tan fácil como copiar y pegar. Incluso abrir un blog o una página es de lo más sencillo, y también se pueden conseguir gratuitamente, auspiciados por la publicidad que en estos espacios abunda.

El siguiente paso a lo mejor se ve más complejo, pero tampoco es lo más difícil. Publicar el libro propio puede ocurrir de muchas formas: la primera es ser amigo de alguien que tenga su propia imprenta o editorial. Podemos entrar a los concursos de las editoriales que publican casi cualquier cosa o, si se tiene un poco de lana (tampoco es necesario ser rico), se puede acceder a la autopublicación. De cualqueirer forma, debemos conceder que son muy pocas las autopublicaciones que valen la pena ser leídas. Entre las autopublicaciones también podemos hablar de las revistas personales o grupales, simplemente fotocopiadas, o pasadas por una máquina profesional.

En todos estos casos continuamos con las mismas garantías que no pienso poner en tela de juicio: el derecho a la expresión como quiera que uno lo deseé. Lo que me preocupa son más bien dos aspectos negativos que surgen desde esta facilidad de publicación. Y que pienso exponer sin negar la importancia que estas autopublicaciones —como medios alternativos— representan para nuestra sociedad. Tampoco espero criticar de manera gratuita las ventanas que la independencia en la promotoría ofrece a todos aquellos que no tienen acceso a los medios oficiales o a los medios importantes empresarialmente hablando.

El primer problema radica en las esperanzas falsas que se ofrece a muchos y muchos de los escritores que aún no tienen la calidad necesaria o las cualidades suficientes para ser considerados legibles (considerados por quién, se preguntarán, y ciertamente la respuesta no es la de mi nombre, sino la de un lugar ganado, tomando en cuenta las mínimas cualidades de la estética). El escritor en creciente puede sentirse un creador ya hecho, y con razón, sobretodo si hay un público frente a él que le aplaude, un reportero que tampoco tiene cómo llenar su plana o una publicación impresa distribuida por todo el estado. Los creadores sabemos lo dañino que es, para las emociones endebles de quienes nos acercamos a la creación, el sentirse ya completo: la satisfacción que todo lo destruye, desde los caminos por andar hasta los futuros logros.

Se me puede arguir con la idea tan socorrida del sino. Aquel que está destinado para ser escritor lo será, incluso con semejante barrera emocional. Y puede ser cierto, sin embargo debemos recordar las muchas vacas sagradas (sólo en nuestro estado) que se formaron a partir de un inicio tan pobre: los que son amigos de los amigos y los que se supieron acercar a una instancia cultural apropiada. Aquellos seres que siguen escribiendo, que siguen pintando o que siguen esculpiendo como lo hicieron desde el principio, sin abordar la experimentación o sin crecer. Personas que son lo mismo que hace años, contentos de ser los famosos de Toluca y de Metepec, y ninguna razón para serlo.

Esto me lleva al segundo resultado negativo de la sencillez en la publicación. El de una promotoría cultural afectada, sin herramientas suficientes para llegar a quienes se debe llegar: los no famosos. Abrir el espacio en la Casa de Cultura de Chapultepec, (siguiendo con el ejemplo de arriba) a un escribidor local sólo por el hecho de haber vivido allí sus últimos diez años y anotar en su libreta versos con rimas en infinitivo y gerundio, sobre las misas y las costumbres del pueblo, lo único que logrará es alejar a los jóvenes o a los que de verdad tienen una inlcinación natural por la creación. Si eso es literatura, dicen, y tienen su razón, es lo más pendejo que existe. Cuando diez años más tarde, cualquiera de ellos se vuelva a acercar por casualidad a una expresión artística, se topará con los mismos creadores que jamás fueron exigidos y que continúan haciendo lo mismo.

Por supuesto esto no se aplica a todos los creadores que reciben la oportunidad de la publicación fácil. Hay pocos, y no soy yo la persona adecuada para decir quién tiene un futuro real en el arte o no, que de verdad crecerán. Y a esos pocos debemos aferrarnos y utilizarlos para la promoción cultural de Chapultepec y del Estado. Y los talleres literarios, que cumplen una función real e importante en este crecimiento, les debemos dejar la responsabilidad del primer filtro. Son ellos los primeros, que no los únicos, encargados de plantear una básica política estética que permeé hasta la sociedad.

Y que se lea esto en pluma de un hombre que ha sido víctima (y ocupa las herramientas acaso irresponsablemente) de la publicación contemporánea.

Mando un abrazo de letras facilonas.

La promoción cultural desde la independencia

Por Alejandro León Meléndez

A propósito de la actividad cultural de un Estado, como el nuestro digamos, la queja es principalmente el poco apoyo que recibimos los creadores para realizar esto o lo otro. Las becas que estamos tan acostumbrados a pedir son el único aliciente para los dedicados a estos menesteres tan injustos y tan soslayados. Sin embargo, y a pesar de las siempre usuales quejas no sólo a los pocos estímulos económicos sino a que éstos son siempre para las mismas personas, una y otra y otra vez aparecen, por aquí y por allá, nuevos creadores, nuevos colectivos (o proyectos, como sea de sus mercedes preferencia llamarlos), con este y aquel objetivo para aportar algo nuevo a la cultura local. Es claro que muchos grupos surgen con el interés inmediato o mediato de conseguirse una lana de gobierno. Lo que sucede con estos grupos es que de inmediato desaparecerán sin haber dejado rastro alguno. Ya sea que ganen la beca, en cuyo caso su vida se extinguirá al término de la ministración correspondiente. O que no se la ganen, y en ese caso su vida será más bien comparable a un fuego fatuo. Mi interés radica en comentar los casos de grupos artísticos que se han mantenido a pesar de que ciertos años se ganan el estímulo, y otros años no lo hacen. Esos grupos que surgieron de un interés real para el llenado de alguna carencia básica en nuestra sociedad. (Ah, las palabrejas). La idea de la promoción cultural (o, como se ven en nuestro estado) la promoción de un trabajo artístico específico) desde la independencia es algo que no me queda muy claro. Se dice independiente aquel que no obedece a patrones propuestos desde el patronato mayor. Y cuando alguien se dice independiente mantiene con fervor que está haciendo lo que el gobierno debería estar haciendo. El gobierno, por otro lado, dice ser inclusivo con todas las propuestas. Aggg. Con el paso de los años, los grupos de promoción cultural que se han mantenido no sólo a flote, sino que en estos dosmiles muestran una salud envidiable, han sido acusados de mafias, de excluyentes, de grillos, de estar amparados con gobierno, de no ser congruentes con su primigenio valor: la crítica. Pero cada nuevo grupo que surja desde la independencia está destinado a llegar a los mismos logros: será un círculo atacado a través del menosprecio y el alabo. No importa cuánto se las den de incluyentes, de trabajar artísticamente en pos de la sociedad. Siempre terminarán como una mafia que represente a un solo grupo. A menos, claro, que sea de ese primer tipo de grupos que mencioné: los que desaparecen.¿Por qué, señor dotor, digo esto? Porque las barreras existen, y no  sólo entre grupos, sino entre individuos. Y nadie es quién para negar esto, ni yo. Si hemos sido parte con un grupo cohesionado, o de varios, es porque los individuos que lo conforman son capaces de ignorar esas diferencias, en pos de un fin común. Como siempre, no digo nada nuevo. Y tampoco diré nada nuevo al mencionar que hay barreras infranqueables, incluso si se desea con todo la fuerza romperlas.Y de estas bardas, podemos hablar, por ejemplo, de la del tiempo. La barrera generacional es una de las mas importantes. No siempre podemos llegar al caso de la identificación, entre dos o más generaciones, a través de los años. Aunque las visiones sociales o artísticas sean similares, siempre existen los puntos de diferencia que pueden separar para siempre a un individuo de otro, a un grupo de otro. Si tomamos en cuenta el caso de los grupos culturales que fueron formados hace, digamos, veinte años o más, encontraremos que al parecer han cambiado sus fundamentos, que ahora son todo aquello que criticaban cuando fueron formados, y sus individuos eran jóvenes, como nosotros. La supervivencia de un grupo, querámoslo o no, depende en gran medida de la aceptación de la sociedad a la que pertenece; la misma sociedad que elige gobernantes y que deja de exigir las cosas que importan. Las pequeñas diferencias, franqueables al principio, se agrandan con el cambio de los tiempos.El promover la cultura (o el ejercicio artístico específico) sólo puede demarcar independencia cuando se aceptan las diferencias que compartimos con otros grupos o con el gobierno. Y nos permite reconocer cuándo tenemos puntos en común que nos den paso para trabajar en un equipo más grande. La independencia me permite criticar al mismo gobierno para el que trabajé hasta ayer (pero lo hice siempre que estuve dentro), y al mismo tiempo me permite criticar a los grupos que no hacen un trabajo interesante o necesario para la sociedad. Un lado u otro no deben estar bien porque sí, pero pueden sí estarlo aunque sea de casualidad. Tampoco significa que yo esté bien.Si la longevidad de un grupo depende de esta aceptación (o de una muy similar, pero diferente en alguno de sus puntos), entonces estará destinado a la misma crítica: son excluyentes y son unos vendidos. Al final, si nos damos cuenta, esa crítica no sólo se torna irrelevante, sino aburrida. Si no les gusta lo que hago, aléjense de mí. Así nos excluiremos mutuamente.

 

De Miller a Carballido o de putas franco-colombianas (lo que ocurra primero)

De Miller a Carballido o de putas franco-colombianas (lo que ocurra primero)

Por Ernesto de la cueva


Cuando publicamos la portada de la sección cultural de Impulso del 8 de junio pasado, (la fotografía de una lápida que rezaba “Henrry Miller, 1891, 1980”), nadie notó la broma que hicimos: Henrry Miller fue incinerado y, románticamente, sus cenizas fueron esparcidas en el mar. Y era tan poco apreciado por los políticos estadounidenses, que, en su país, nadie le rindió ninguna clase de homenaje ni nada; mucho menos una lápida.

De a cuerdo. Fue una broma de esas que a nadie le da risa. Sin embargo, podría ser un buen ejemplo sobre la ausencia de lectores, si me permiten, “calificados”.

Miller acusó a un sistema político y económico de doble moral. Se basó en el sexo, por supuesto, ¿de qué otra forma se podría poner, en tela de juicio y aquí entre nos, la doble moral?

Tan funcionó que, desde su autoexilio en Francia, miraba como sus libros no podían ser vendidos en suelo gringo (a no ser que entraran con una portada falsa, engañando a los censuradores. Irónico, ¿no es así?).

Más allá de ser un narrador erótico de mucha influencia en más de tres generaciones, de despertar, no sólo entre los estadounidenses, sino por eso en el resto del mundo, una revolución sexual, Miller se descubrió como un gran intelectual. Y lo aprovechó.

En Sexus (un texto de las lecturas de adolescente que, si bien entonces pasó desapercibido ante los ojos de un lector naif, ahora tomó fuerza y encontró su lugar en mi cabeza), el narrador-personaje narra sus aventuras sexuales de una forma, por demás, fuera de cualquier clase de tapujos. Sin embargo, el mensaje va más allá de lo que podría parecer a simple vista. En una escena nuestro héroe le habla del arte a una prostituta, y le dice: “Lo que pasa es que en la actualidad el arte es un lujo. Yo podría salir adelante sin leer nunca un libro ni mirar un cuadro. Tenemos muchas otras cosas: no necesitamos libros y cuadros. La música, sí... la música siempre la necesitaremos. No necesariamente buena música..., pero música. En cualquier caso, ya nadie escribe buena música... Tal como yo lo veo, el mundo se está echando a perder”.

Y pareciera que es cierto. La formación profesional es mucho más importante que la formación humana, “Si tuvieras alguna inclinación estética, no podrías pasar por la estúpida rutina año tras año”, le dice a la mujer que, por supuesto, sumida en la vorágine de la sociedad, no alcanza a entender de lo que habla.

Más allá del exhibicionismo de la novela, Miller lanza, a través de su personaje, una sentencia aterradora, que pasaría desapercibida por muchos al lado de tanto y tan narrado sexo: “Pronto no habrá arte en absoluto, te lo aseguro. Habrá que pagar a la gente para que vaya a un museo o para que escuche un concierto. No digo que vaya a seguir así para siempre. No, justo cuando lo tengan todo afianzado, cuando todo vaya como la seda, cuando ya nadie proteste, cuando nadie esté inquieto ni insatisfecho, el sistema se vendrá abajo”.

**

Hace poco tuve la oportunidad de ver un ensayo preliminar de “Orinoco”, un texto, clásico de Emilio Carballido. La puesta en escena está a cargo de Juan Carlos Ambriz y se estrenará a finales de junio en la ciudad de Toluca.

Se trata de un encuentro entre dos de los personajes de la vida más importantes con los que compartimos crédito a diario: la utopía y la realidad. Y no es que Fifí ni Mina, dos prostitutas-bailarinas-actrices, representen fielmente a cada una de las fuerzas de las que hablo. Es más bien un encontronazo con la realidad, ya que ellas brincan de un lado a otro sin darse cuenta. Como nosotros.

Al salir del Teatro de Cámara (en otro momento nombrado por este diario “La Bodega Universitaria de Cámara”) no pude menos que pensar en la apatía de la clase gobernante y administradora (que no es tan redundante como podría pensarse), en el trabajo y la producción cultural de la ciudad (que está enfocada, en la mayoría de los caso al crear por crear y no al crear para crear), y mucho menos, en la división entre grupos artísticos y culturales que nos acercan no sólo al movimientismo (esta tendencia de tener cada uno la verdad absoluta junto a la certeza de que el otro lo hace mal), sino a la falta de calidad en las propuestas, y por lo tanto en la falta de un público que consuma el arte, en lo general, y de uno “calificado”, en lo particular. Un público que sea capaz de exigir, de juzgar, de opinar y, por más señas, de saber que Henrry Miller nunca fue sepultado.

¿Pa' qué?

Por David Coronado 

I

Le pregunté hace tiempo a quien fungía como profesor de guitarra en la Casa de Cultura de Santiago tianguistenco: ¿Por qué no les enseñas a los muchachos otra cosa que no sean canciones de rondalla?. Pregunta surgida tras varios meses de pasar cerca de su lugar de ensayo y de escuchar invariablemente las melosas notas de los saltilleros. Su respuesta fue muy clara: ¿Pa` qué?. Y siguió estirando sus cuerdas hasta lograr la afinación requerida.

II

En un tiempo inmemorial, pugnaba yo por que le dieran a mi modesto taller de creación literaria un mejor espacio para trabajar que el que hasta ese momento había tenido junto a los baños. Nos alejaron de los baños y terminamos en el sótano, donde se podía fumar a gusto. Decisión acertada la de subterranizarnos: nuestra pequeña horda de escribas ponían nerviosas a las señoras que llenaban los talleres de Globoflexia, Tarjetería Española, Migajón, Macramé, y a los chavos de Kung-fu.

III

Cuando me encontré con la agradable noticia de que en mi pueblo, Xalatlaco, el director de la Casa de Cultura era un jovenazo avezado en las lides del quehacer cultural y artístico, mi alegría se desbordó. Acudí a enterarme de las actividades que tenía y a ofrecer mi granito de talco para trabajar. Todo bien. Cine club, talleres, exposiciones, presentaciones de libros, conferencias..., el amor eterno duró seis meses. Cuando a los gallardos integrantes del cabildo se les ocurrió que sus ingresos no eran apropiados para la envergadura de su puesto, la casita de cultura perdió los sueldos (pocos) de sus coordinadores de talleres, para el engrose necesario de la cartera de munícipes y comparsas.

IV

Valgan como antecedentes las tres mini historias de arriba, para llegar al punto que me interesa ahora: Casas de Cultura de nuestro Estado, qué y para qué.

¿Que son las Casas de Cultura?

a) Edificios que toda la comunidad conoce, pero que nadie visita.

b) Centro de reunión de niños(as) , jóvenes(as) y adultos(as) cuyas características hiperactivas no les permite a sus familias tenerlos todo el día en su casa.

c) Punto de encuentro para artistas loquitos que la utilizan como plataforma para irse a otro lado.

d) Castigo político para molones de campaña.

e) Un empleo por tres años.

f) Ventana hacia las manifestaciones sensibles del ser humano por medio de las artes.

g) Todas las anteriores.

Si, puede ser que todas las opciones sean la respuesta, y más, que alguien puede agregar. El asunto está en el manejo de quienes las dirigen. Hay, como en todos lados, excepciones esperanzadoras que me hacen creer en la posibilidad de mejora y verdadero ejercicio de estas instituciones, por ahora, municipales.

Mientras los encargados de dirigir los centros culturales no tengan una mínima idea de la promoción y generación cultural, tendremos siempre gente tras un escritorio, cubriendo un horario y cuidando de no moverse para no salir de la foto. Se me ocurre que si, en cada municipio los promotores, artistas, artesanos, escritores y demás, nos uniéramos en grupos de trabajo y nos olvidáramos por un rato de bogar en nuestro beneficio personal, se pudiera ejercer presión en los señores del gobierno, para que cedan la dirección y ejecución de los programas culturales.

Que dejen hacer las cosas a quienes saben hacerlas y que no nos pregunten: ¿Pa`qué?

Que callen boca

Que callen boca

Por: Alejandro León Meléndez

A propósito de la moda cultosa se nos da, a los burócratas del estado —porque sólo por mi estado hablo, donde vivo, trabajo y me fijo—, realizar los mejores festivales. Diría Cervantes que nosotros facemos los entuertos. Y a ver quién los deshace.

La semana pasada se llevó a cabo con gran pompa y regocijo una edición más de FestinArte (la versión de los festivales culturales para niños), en el Estado de México. Antes de leer las evaluaciones oficiales, sabemos cuál es el resultado de este ejercicio creativo: un éxito. Un rotundo logro para la actual administración estatal. Una paloma más para nuestro querido IMC.

¿Cómo se sabe? Bastaba pasearse un día de esos por el Centro Cultural Mexiquense y ver la cantidad de niños formados en el aeropuerto que después los llevaría a visitar cualquiera de los cinco continentes. Es más, no era necesario ir (los desniñados nos quedamos de pronto, sin excusa plausible). Sólo debíamos escuchar las voces de los muchos y muchos y muchos que sí fueron. Lo contento que salían los peques y el cansancio de talleristas, los actores, los guías. Eso, así puesto, da mucho gusto. Que callen boca los intelectuales, los artistas, artesanos, y retrógrados que no hacen sino criticar al sistema de promoción cultural oficial.

Es afortunado que en el estado, entonces, tengamos más de un festival con el mismo éxito, o mayor. Pensemos en las miles de personas que van al de las Almas, a Quimera, A los que se organizan en Atizapán, en Ecatepec, en Tenango y en todos los rincones de nuestro estado. Todos los festivales son siempre un éxito rotundo. Somos, y de eso no albergo dudas, grandes organizadores de festivales.

Por eso en el estado hay tantos y tantos lectores. Por esa misma razón hay tantos asistentes a las salas de teatro. Y se ha exigido, por parte de los mexiquenses, la creación de una exitosísima compañía de ópera. Por eso las salas de cine alternativo están siempre repletas. Por eso, todos nuestros artistas, artesanos e intelectuales trabajan —cobrando como debe ser— todo el tiempo y no sólo en un periodo de dos semanas festivaleras. Por eso las librerías son negocios rentables e incluso se han edificado teatros y museos desde la iniciativa social.

¿Qué eso no es cierto? ¿Entonces tantos y tantos espectadores en los festivales culturales no regresan jamás, y pagan, un espectáculo escénico, un libro o la entrada a un museo? No puedo creerlo.

A lo mejor algún día comprenderemos que la promoción de lo cultural no es cuestión de miles. A lo mejor, algún día comprenderemos que el arte jamás afecta a los cientos de personas que se sientan a ver la zarzuela. El arte y la cultura conquistan individuos. Y no más.

Sin embargo, vaya un voto para qué todos esos niños que salieron felices de FestinArte se vuelvan consumidores conscientes de los productos del arte.