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Diezveintiocho

Ernesto de la Cueva

Cero y van cuatro (al menos)

 

Después de tanto, por fin, nuestro expresidente ha reaparecido; y lo ha hecho como en los viejos tiempos. Por supuesto que de esto se escribirá mucho en los siguientes días y, por supuesto que no tendrá un lugar en nuestro corazón, junto a aquellas tres frases celebérrimas, "He leído todas las novelas de Octavio Paz", "José Luis Borgues" y "Admiro mucho al cineasta ruso Einstein". Bien por nuestro querido Vicente Fox.

 

De Miller a Carballido o de putas franco-colombianas (lo que ocurra primero)

De Miller a Carballido o de putas franco-colombianas (lo que ocurra primero)

Por Ernesto de la cueva


Cuando publicamos la portada de la sección cultural de Impulso del 8 de junio pasado, (la fotografía de una lápida que rezaba “Henrry Miller, 1891, 1980”), nadie notó la broma que hicimos: Henrry Miller fue incinerado y, románticamente, sus cenizas fueron esparcidas en el mar. Y era tan poco apreciado por los políticos estadounidenses, que, en su país, nadie le rindió ninguna clase de homenaje ni nada; mucho menos una lápida.

De a cuerdo. Fue una broma de esas que a nadie le da risa. Sin embargo, podría ser un buen ejemplo sobre la ausencia de lectores, si me permiten, “calificados”.

Miller acusó a un sistema político y económico de doble moral. Se basó en el sexo, por supuesto, ¿de qué otra forma se podría poner, en tela de juicio y aquí entre nos, la doble moral?

Tan funcionó que, desde su autoexilio en Francia, miraba como sus libros no podían ser vendidos en suelo gringo (a no ser que entraran con una portada falsa, engañando a los censuradores. Irónico, ¿no es así?).

Más allá de ser un narrador erótico de mucha influencia en más de tres generaciones, de despertar, no sólo entre los estadounidenses, sino por eso en el resto del mundo, una revolución sexual, Miller se descubrió como un gran intelectual. Y lo aprovechó.

En Sexus (un texto de las lecturas de adolescente que, si bien entonces pasó desapercibido ante los ojos de un lector naif, ahora tomó fuerza y encontró su lugar en mi cabeza), el narrador-personaje narra sus aventuras sexuales de una forma, por demás, fuera de cualquier clase de tapujos. Sin embargo, el mensaje va más allá de lo que podría parecer a simple vista. En una escena nuestro héroe le habla del arte a una prostituta, y le dice: “Lo que pasa es que en la actualidad el arte es un lujo. Yo podría salir adelante sin leer nunca un libro ni mirar un cuadro. Tenemos muchas otras cosas: no necesitamos libros y cuadros. La música, sí... la música siempre la necesitaremos. No necesariamente buena música..., pero música. En cualquier caso, ya nadie escribe buena música... Tal como yo lo veo, el mundo se está echando a perder”.

Y pareciera que es cierto. La formación profesional es mucho más importante que la formación humana, “Si tuvieras alguna inclinación estética, no podrías pasar por la estúpida rutina año tras año”, le dice a la mujer que, por supuesto, sumida en la vorágine de la sociedad, no alcanza a entender de lo que habla.

Más allá del exhibicionismo de la novela, Miller lanza, a través de su personaje, una sentencia aterradora, que pasaría desapercibida por muchos al lado de tanto y tan narrado sexo: “Pronto no habrá arte en absoluto, te lo aseguro. Habrá que pagar a la gente para que vaya a un museo o para que escuche un concierto. No digo que vaya a seguir así para siempre. No, justo cuando lo tengan todo afianzado, cuando todo vaya como la seda, cuando ya nadie proteste, cuando nadie esté inquieto ni insatisfecho, el sistema se vendrá abajo”.

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Hace poco tuve la oportunidad de ver un ensayo preliminar de “Orinoco”, un texto, clásico de Emilio Carballido. La puesta en escena está a cargo de Juan Carlos Ambriz y se estrenará a finales de junio en la ciudad de Toluca.

Se trata de un encuentro entre dos de los personajes de la vida más importantes con los que compartimos crédito a diario: la utopía y la realidad. Y no es que Fifí ni Mina, dos prostitutas-bailarinas-actrices, representen fielmente a cada una de las fuerzas de las que hablo. Es más bien un encontronazo con la realidad, ya que ellas brincan de un lado a otro sin darse cuenta. Como nosotros.

Al salir del Teatro de Cámara (en otro momento nombrado por este diario “La Bodega Universitaria de Cámara”) no pude menos que pensar en la apatía de la clase gobernante y administradora (que no es tan redundante como podría pensarse), en el trabajo y la producción cultural de la ciudad (que está enfocada, en la mayoría de los caso al crear por crear y no al crear para crear), y mucho menos, en la división entre grupos artísticos y culturales que nos acercan no sólo al movimientismo (esta tendencia de tener cada uno la verdad absoluta junto a la certeza de que el otro lo hace mal), sino a la falta de calidad en las propuestas, y por lo tanto en la falta de un público que consuma el arte, en lo general, y de uno “calificado”, en lo particular. Un público que sea capaz de exigir, de juzgar, de opinar y, por más señas, de saber que Henrry Miller nunca fue sepultado.