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Diezveintiocho

Discurriendo. Primera parte (De la independencia)

Por: Alejandro León Meléndez 

A propósito de las nuevas creaciones, sobretodo en el ámbito de las letras, nos encontramos en esta época de globalifilia y globalifobia con un fenómeno muy interesante: el de la fácil, econímica y sencilla publicación. Entendamos por publicar el hacer llegar los trabajos creativos al respetable (aunque cuando yo me cuento entre el público, soy bastante irrespetable e irrespetuoso).

Una de las formas más sencillas es justamente la de leer en voz alta, frente a los cuates, los compañeros y los compas, los más recientes cuentos y poemas. Leer así, desde el ronco pecho, es en verdad una forma de publicar que no debemos desdeñar, pues ocurre desde el principio de las civilizaciones, de donde nos llegan también la famosa declamación y la oratoria. Ambos géneros creativos que han quedado resagados por el secuestro que han hecho de ellos personas sin el menor interés en la creación por sí, sino en el protagonismo localista. Aquel en el cual nos aplauden las personas que siempre hemos conocido.

Para ser escritor publicado, pues, basta con ser miembro de algún taller literario, de alguna escuela o tener nexos con los espacios culturales de nuestra ciudad. Y pareciera no ser tan malo, pues, la verdadera razón de estos centros culturales es, como bien lo menciona mi amigo David Coronado en su columna anterior: "Pa' qué", la de ofrecer espacios a quienes 1) inician su acercamiento con las artes o 2) sabemos que por su forma de vida nunca crecerán como creadores, pero que tienen el indiscutible derecho de comunicarse, de crear y de tener un contacto con sus respectivas comunidades.

Desde este punto de vista, pues, leer en un evento cultural organizado por una casa de cultura (la de Chapultepec, pongamos un ejemplo) es un asunto positivo. Y la única dificultad es justamente el primer acercamiento con el centro cultural más cercano. Estoy de acuerdo. Sin embargo, debemos entrever sus asuntos negativos, pues también los tienen.

Pero antes de llegar a esta parte, debemos ofrecer la otra gama de las poisibilidades de publicación que tenemos los escritores en la actualidad. Los periódicos locales ofrecen, a diestra y siniestra, el espacio de publicación para cualquiera dispuesto a entregar su obra sin pasar por un consejo editorial y regalarlo sin recibir un céntimo a cambio. Apenas lo que obtenemos de vuelta es el orgullo de aparecer en una publicación dominical (el nombre se ve bien chido). Al mismo tiempo, muchas revistas que dicen tener un consejo editorial publican todo lo que les llega a las manos, y casi siempre es debido a que no se tiene la cantidad de texto necesaria para llenar las páginas de la siguiente edición. En mabos casos: los periódicos y las revistas, podemos argumentar exactamente lo mismo: todo el mundo tiene el derecho de abrir la boca y decir lo que quiera. Es cierto. Y no es todo: todos tenemos el derecho apromocionarnos como creadores de las letras.

Otro espacio para hacer público un o varios textos es el de la internet. Acaso el más difícil de acceder sobretodo por escriotres de mayor edad, no por lo caro de la red, que sabemos se abarata día con dia, sino por el mito aquel de las dificultades. Del yo le tengo miedo a las computadoras. Enviar  textos a los cientos de páginas dedicadas a los escritores novatos, casi todas gratuitas es tan fácil como copiar y pegar. Incluso abrir un blog o una página es de lo más sencillo, y también se pueden conseguir gratuitamente, auspiciados por la publicidad que en estos espacios abunda.

El siguiente paso a lo mejor se ve más complejo, pero tampoco es lo más difícil. Publicar el libro propio puede ocurrir de muchas formas: la primera es ser amigo de alguien que tenga su propia imprenta o editorial. Podemos entrar a los concursos de las editoriales que publican casi cualquier cosa o, si se tiene un poco de lana (tampoco es necesario ser rico), se puede acceder a la autopublicación. De cualqueirer forma, debemos conceder que son muy pocas las autopublicaciones que valen la pena ser leídas. Entre las autopublicaciones también podemos hablar de las revistas personales o grupales, simplemente fotocopiadas, o pasadas por una máquina profesional.

En todos estos casos continuamos con las mismas garantías que no pienso poner en tela de juicio: el derecho a la expresión como quiera que uno lo deseé. Lo que me preocupa son más bien dos aspectos negativos que surgen desde esta facilidad de publicación. Y que pienso exponer sin negar la importancia que estas autopublicaciones —como medios alternativos— representan para nuestra sociedad. Tampoco espero criticar de manera gratuita las ventanas que la independencia en la promotoría ofrece a todos aquellos que no tienen acceso a los medios oficiales o a los medios importantes empresarialmente hablando.

El primer problema radica en las esperanzas falsas que se ofrece a muchos y muchos de los escritores que aún no tienen la calidad necesaria o las cualidades suficientes para ser considerados legibles (considerados por quién, se preguntarán, y ciertamente la respuesta no es la de mi nombre, sino la de un lugar ganado, tomando en cuenta las mínimas cualidades de la estética). El escritor en creciente puede sentirse un creador ya hecho, y con razón, sobretodo si hay un público frente a él que le aplaude, un reportero que tampoco tiene cómo llenar su plana o una publicación impresa distribuida por todo el estado. Los creadores sabemos lo dañino que es, para las emociones endebles de quienes nos acercamos a la creación, el sentirse ya completo: la satisfacción que todo lo destruye, desde los caminos por andar hasta los futuros logros.

Se me puede arguir con la idea tan socorrida del sino. Aquel que está destinado para ser escritor lo será, incluso con semejante barrera emocional. Y puede ser cierto, sin embargo debemos recordar las muchas vacas sagradas (sólo en nuestro estado) que se formaron a partir de un inicio tan pobre: los que son amigos de los amigos y los que se supieron acercar a una instancia cultural apropiada. Aquellos seres que siguen escribiendo, que siguen pintando o que siguen esculpiendo como lo hicieron desde el principio, sin abordar la experimentación o sin crecer. Personas que son lo mismo que hace años, contentos de ser los famosos de Toluca y de Metepec, y ninguna razón para serlo.

Esto me lleva al segundo resultado negativo de la sencillez en la publicación. El de una promotoría cultural afectada, sin herramientas suficientes para llegar a quienes se debe llegar: los no famosos. Abrir el espacio en la Casa de Cultura de Chapultepec, (siguiendo con el ejemplo de arriba) a un escribidor local sólo por el hecho de haber vivido allí sus últimos diez años y anotar en su libreta versos con rimas en infinitivo y gerundio, sobre las misas y las costumbres del pueblo, lo único que logrará es alejar a los jóvenes o a los que de verdad tienen una inlcinación natural por la creación. Si eso es literatura, dicen, y tienen su razón, es lo más pendejo que existe. Cuando diez años más tarde, cualquiera de ellos se vuelva a acercar por casualidad a una expresión artística, se topará con los mismos creadores que jamás fueron exigidos y que continúan haciendo lo mismo.

Por supuesto esto no se aplica a todos los creadores que reciben la oportunidad de la publicación fácil. Hay pocos, y no soy yo la persona adecuada para decir quién tiene un futuro real en el arte o no, que de verdad crecerán. Y a esos pocos debemos aferrarnos y utilizarlos para la promoción cultural de Chapultepec y del Estado. Y los talleres literarios, que cumplen una función real e importante en este crecimiento, les debemos dejar la responsabilidad del primer filtro. Son ellos los primeros, que no los únicos, encargados de plantear una básica política estética que permeé hasta la sociedad.

Y que se lea esto en pluma de un hombre que ha sido víctima (y ocupa las herramientas acaso irresponsablemente) de la publicación contemporánea.

Mando un abrazo de letras facilonas.

2 comentarios

Carlos Cornejo -

¿Los sonidos del silencio acaso?
Sí está sueve el espacio. POr aquí nos leemos.

Selene -

Bien elocuente que en este lugar haya espacios sin artículos. a eso se le llama decir sin palabras. saludos a todos y me gustó su espacio.