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Diezveintiocho

La promoción cultural desde la independencia

Por Alejandro León Meléndez

A propósito de la actividad cultural de un Estado, como el nuestro digamos, la queja es principalmente el poco apoyo que recibimos los creadores para realizar esto o lo otro. Las becas que estamos tan acostumbrados a pedir son el único aliciente para los dedicados a estos menesteres tan injustos y tan soslayados. Sin embargo, y a pesar de las siempre usuales quejas no sólo a los pocos estímulos económicos sino a que éstos son siempre para las mismas personas, una y otra y otra vez aparecen, por aquí y por allá, nuevos creadores, nuevos colectivos (o proyectos, como sea de sus mercedes preferencia llamarlos), con este y aquel objetivo para aportar algo nuevo a la cultura local. Es claro que muchos grupos surgen con el interés inmediato o mediato de conseguirse una lana de gobierno. Lo que sucede con estos grupos es que de inmediato desaparecerán sin haber dejado rastro alguno. Ya sea que ganen la beca, en cuyo caso su vida se extinguirá al término de la ministración correspondiente. O que no se la ganen, y en ese caso su vida será más bien comparable a un fuego fatuo. Mi interés radica en comentar los casos de grupos artísticos que se han mantenido a pesar de que ciertos años se ganan el estímulo, y otros años no lo hacen. Esos grupos que surgieron de un interés real para el llenado de alguna carencia básica en nuestra sociedad. (Ah, las palabrejas). La idea de la promoción cultural (o, como se ven en nuestro estado) la promoción de un trabajo artístico específico) desde la independencia es algo que no me queda muy claro. Se dice independiente aquel que no obedece a patrones propuestos desde el patronato mayor. Y cuando alguien se dice independiente mantiene con fervor que está haciendo lo que el gobierno debería estar haciendo. El gobierno, por otro lado, dice ser inclusivo con todas las propuestas. Aggg. Con el paso de los años, los grupos de promoción cultural que se han mantenido no sólo a flote, sino que en estos dosmiles muestran una salud envidiable, han sido acusados de mafias, de excluyentes, de grillos, de estar amparados con gobierno, de no ser congruentes con su primigenio valor: la crítica. Pero cada nuevo grupo que surja desde la independencia está destinado a llegar a los mismos logros: será un círculo atacado a través del menosprecio y el alabo. No importa cuánto se las den de incluyentes, de trabajar artísticamente en pos de la sociedad. Siempre terminarán como una mafia que represente a un solo grupo. A menos, claro, que sea de ese primer tipo de grupos que mencioné: los que desaparecen.¿Por qué, señor dotor, digo esto? Porque las barreras existen, y no  sólo entre grupos, sino entre individuos. Y nadie es quién para negar esto, ni yo. Si hemos sido parte con un grupo cohesionado, o de varios, es porque los individuos que lo conforman son capaces de ignorar esas diferencias, en pos de un fin común. Como siempre, no digo nada nuevo. Y tampoco diré nada nuevo al mencionar que hay barreras infranqueables, incluso si se desea con todo la fuerza romperlas.Y de estas bardas, podemos hablar, por ejemplo, de la del tiempo. La barrera generacional es una de las mas importantes. No siempre podemos llegar al caso de la identificación, entre dos o más generaciones, a través de los años. Aunque las visiones sociales o artísticas sean similares, siempre existen los puntos de diferencia que pueden separar para siempre a un individuo de otro, a un grupo de otro. Si tomamos en cuenta el caso de los grupos culturales que fueron formados hace, digamos, veinte años o más, encontraremos que al parecer han cambiado sus fundamentos, que ahora son todo aquello que criticaban cuando fueron formados, y sus individuos eran jóvenes, como nosotros. La supervivencia de un grupo, querámoslo o no, depende en gran medida de la aceptación de la sociedad a la que pertenece; la misma sociedad que elige gobernantes y que deja de exigir las cosas que importan. Las pequeñas diferencias, franqueables al principio, se agrandan con el cambio de los tiempos.El promover la cultura (o el ejercicio artístico específico) sólo puede demarcar independencia cuando se aceptan las diferencias que compartimos con otros grupos o con el gobierno. Y nos permite reconocer cuándo tenemos puntos en común que nos den paso para trabajar en un equipo más grande. La independencia me permite criticar al mismo gobierno para el que trabajé hasta ayer (pero lo hice siempre que estuve dentro), y al mismo tiempo me permite criticar a los grupos que no hacen un trabajo interesante o necesario para la sociedad. Un lado u otro no deben estar bien porque sí, pero pueden sí estarlo aunque sea de casualidad. Tampoco significa que yo esté bien.Si la longevidad de un grupo depende de esta aceptación (o de una muy similar, pero diferente en alguno de sus puntos), entonces estará destinado a la misma crítica: son excluyentes y son unos vendidos. Al final, si nos damos cuenta, esa crítica no sólo se torna irrelevante, sino aburrida. Si no les gusta lo que hago, aléjense de mí. Así nos excluiremos mutuamente.

 

2 comentarios

Carlos Cornejo -

Me agrada su concepto, ¿cómo puedo participar? por aquello de la clave de redactor...

Ernesto de la Cueva -

Lo más importante, creo que le diste, es la utilidad del grupo. Todos deben contemplar un bien práctico a la sociedad. En cuanto este fin último se olvida, ya sea por evolución o por olvido, hay que replantear al equipo o desaparecerlo. Sin embargo, el artista es humano y debe comer. creo que ahí es donde está la mala onda del trabajo artístico: que cuando encuentras el hueso, seguro te quedas y olvidas luchar. Arrieros somos...